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Por Luisa Grajalva
Escritora y periodista |
Sabía que Thot me protegería. Había escrito tantos
sortilegios que franqueé, recitándolos de memoria, todas las puertas del
inframundo. Mi mente recordaba cuánto había amado mi oficio: anotar palabras
cuyos secretos me habían permitido conocer la Casa
de la Vida tan bien como la Duat, la existencia tras la
muerte.
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El escriba sentado |
Cuando llegué ante Osiris, no pude hallar mi corazón. El
dios me mostró uno, hecho de papiro y tinta, y dijo que mi alma estaba
contenida en él, en todo lo que antes había escrito. Pesó menos que la pluma de
Maat, y Osiris lo introdujo en la escultura que me representa: El Escriba
Sentado. En ella me envió de vuelta a la vida, asegurándome que quien me
contemple podrá ver la eternidad.
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Juicio del Alma en el Antíguo Egipto |
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