Por Javier García-Luengo Manchado |
Serenidad,
silencio y melancolía son términos que generalmente, aplicados a la actividad
artística, se vinculan al ámbito de lo clásico. Sin embargo, desde mi punto de
vista, dichos vocablos referidos a la obra de Monique De Roux se tornan en
absolutamente revolucionarios, pues, en efecto, si la producción artística
actual ha hecho de la estética del asco academia, ha convertido la exaltación
de la basura en norma y el manido discurso político es doctrina, por el
contrario, aquellos creadores que reclaman la belleza, el sosiego y la
reflexión, como el caso que nos ocupa, son quienes verdaderamente lo arriesgan
todo en nuestros tiempos, van a contracorriente, ya que en definitiva su discurso
quiebra lo que hoy, he ahí la paradoja, se ha transformado en una auténtica
“academia”.
Los grabados
de Monique De Roux que actualmente podemos contemplar en la Galería José Rincón
de Madrid, traen a nuestra memoria esas palabras con las que Gerardo Diego
glosó al Río Duero en su celebérrimo romance: Quién pudiera como tú, / a la vez quieto y en marcha/ cantar siempre el
mismo verso/ pero con distinta agua. Y es que verdaderamente cada obra de
De Roux siempre es diferente, pero del mismo modo detectamos su inconfundible
mano, sus ensoñaciones; hallamos todo su intenso mundo tras ellas.
La gran
protagonista del peculiar universo de De Roux, esa mujer de neto perfiles y
rotunda volumetría, nos sumerge en un juego de espejos donde el espectador
acaba por reflejar y hacer suyos los valores que destilan estas estampas. Los
sueños, los anhelos de todas estas figuras se convierten en propios, a ello no
es ajena una viva y atractiva utilización del color, rasgo este que la crítica
ha querido relacionar con los años vividos por la veterana creadora en Panamá.
El aire
nostálgico y ensimismado de la presente colección de grabados restañe ciertas sugestiones
no muy lejanas a la pintura del primer Quattrocento
o al Picasso de la etapa Rosa, conste que estas alusiones se traen a colación
no tanto como influencia sino por exclusiva relación emocional. De cualquier
modo, no se puede pasar por alto que la pasión estética que mana de estas
estampas, el ensimismamiento, la paz y tantas otras, brotan asimismo del
notable conocimiento de una técnica tan compleja como la del grabado.
No será
quien escribe estas líneas el que concluya la presente reseña, sino que tomaré
prestada de Oscar Wilde, esteta por excelencia, una frase que bien puede
resumir muchas de las sensaciones y de las emociones que hallamos no sólo en
esta exposición, sino en todo el devenir artístico de Monique De Roux: Melancholy is the true secret of life.
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