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Por Javier García-Luengo Manchado |
Si generalmente cuando pensamos en Toledo
lo hacemos desde la perspectiva del mundo medieval o desde el esplendor del
renacimiento, hoy quiero referir un museo y un personaje quizá menos conocido,
sobre todo si nos dejamos guiar por las rutas turísticas al uso, pero que sin
duda nos hablan de un Toledo siempre sorprendente y, desde luego, de una
grandeza histórica y artística capaz de trascender cualquier época o periodo
para convertirse en una ciudad verdaderamente eterna.
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Autorretrato |
Se trata de Victorio Macho y del
museo constituido a partir de la cesión efectuada por el propio escultor a
España, quien legó tanto su casa como aquellas esculturas y dibujos que le
acompañaron a lo largo de toda su vida, debido a su alto valor sentimental. Es
por ello que sea Roca Tarpeya el lugar donde encontramos este sorprendente,
recoleto e interesante museo, pues fue aquí mismo donde el creador castellano fijó
su residencia cuando en los primeros cincuenta regresó definitivamente de su
exilio.
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Marcelo Macho |
Mi primer acercamiento a Victorio Macho (Palencia, 1887-Toledo, 1966) se
produjo hace ya algunos años de la mano de mi maestro, José Carlos Brasas Egido,
principal estudioso del artista palentino. El impacto y admiración que causó su
escultura ha ido creciendo con el paso del tiempo, especialmente cuando tengo
la oportunidad de visitar este museo y volver a apreciar obras como Marinero Vasco, la estatua yacente de su
hermano Marcelo y, por supuesto, el retrato efectuado a su propia madre.
Contextualizado estéticamente en lo que se ha venido llamando realismo castellano, en el que se
inscriben también Julio Antonio y Mateo
Hernández, Macho recupera para el
arte moderno la técnica de la talla directa. Como otrora hicieron ciertas
culturas primitivas, los autores señalados buscaron durante las décadas de los
veinte y treinta del siglo pasado, una renovación artística que encontraba en el
referido procedimiento una esencialidad volumétrica y conceptual ajena al
manido preciosismo postromántico, tan común entonces en los sectores más académicos.
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Marinero vasco |
El sincero compromiso de Victorio Macho con la sociedad, con el arte y
con la historia, hace que el Hombre se convierta en el gran protagonista de su arte.
Sin embargo, Victorio Macho no inmortalizará a encumbrados héroes, a eminentes
políticos o avezados generales, utilizará la nobleza y la fuerza de la piedra para
reflejar la nobleza y la fuerza de quienes con su labor callada y con su
trabajo silencioso procuran el avance y evolución del género humano, siendo
quizá esta peculiar interpretación de la gente del pueblo algo así como una
versión estética de la idea de intrahistoria definida por Unamuno, de quien por
cierto Macho efectuó un imponente busto.
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Unamuno |
Probablemente la efigie que Macho ejecutó de su propia madre, sea el ejemplo
óptimo de lo que se acaba de referir. En efecto, la combinación del mármol,
para las manos y la cabeza, junto al granito empleado en el resto del cuerpo,
hace que nuestros ojos precisamente se dirijan hacia el noble rostro y hacia esas
manos cruzadas sobre el regazo. Manos ajadas por el trabajo, pero sobre todo,
unas manos amorosas surcadas por el amor y por el sacrificio. El mismo amor y
sacrifico por los hijos y la familia que hallamos en este rostro envejecido por
el tiempo pero eternizado gracias a la dignidad que sólo procura la prudencia, el
silencio, el perdón y la enconada lucha con y por la Vida.
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La Madre |
La madre de Victorio Macho es un homenaje a todas las madres, también a
la mía y a la de mis estimados lectores. Su mirada meditabunda es una mirada plena
de sabiduría, una sapiencia que nunca
ceja en su empeño al procurar lo mejor para los suyos, una mirada serena e inteligente
de quien sabe que el amor todo lo puede y todo lo alcanza.
Que bonito Javier!!! tanto tus palabras sobre Victorio Macho como tu homenaje a las madres...Gracias!!!
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