Por Luisa Grajalva Escritora y Periodista |
Tomó la última medicina de la noche
y, con la luz apagada, caminó trabajosamente hasta la ventana. La abrió para
mirar sin ver. Sólo pensaba en su cansancio, en el dolor físico que cada día
costaba más mitigar, en la parálisis progresiva de su cuerpo, en su vejez sin
recursos, en que si se inclinase un poco más hacia el vacío, tan sólo un poco
más…
En ese instante, el perfume de los
naranjos de la calle inundó el aire. Lo aspiró profundamente. ¡Cuánto le había
gustado siempre el aroma del azahar!
Mientras cerraba la ventana,
pensando en el esfuerzo que seguiría costándole vivir, se sorprendió diciendo
en voz muy baja: No, todavía no, en esta primavera tan hermosa no.
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