Por Javier García-Luengo Manchado |
Intentar
glosar la riqueza patrimonial de una ciudad como Toledo en el presente artículo
sería insultar a los lectores, tanto por la obviedad como por la fatua
pretenciosidad. Tal riqueza, sin embargo, sólo puede ser mínimamente
aprehendida a través de frecuentes visitas a una ciudad que jamás deja de
saciarnos en nuestros anhelos culturales, artísticos y, por qué no, también
románticos.
Sin
más guías ni referentes que los que se acaban de citar, la ciudad del Tajo
siempre ofrece la posibilidad de descubrir nuevas calles, recoletas plazas,
desconocidas iglesias e interesantes museos, encontrando en cada uno de estos
rincones, por inadvertidos que pudieran pasar, siglos de tradición, de historia
y, sobre todo, de tolerancia y convivencia.
Al
natural atractivo que ofrece la capital manchega, hay que añadir, vísperas del
año en que se conmemorará el cuarto centenario de la muerte de El Greco, la EXPOSICIÓN DE ARTE SACRO que
actualmente podemos disfrutar en el otrora Hospital de la Santa Cruz.
El
referido Museo, depositario de múltiples obras procedentes de diferentes
iglesias de la Ciudad Imperial ,
incluida la Catedral primada, exhibe estos días esas auténticas joyas del arte
y la devoción. Si bien es cierto que en dicha muestra no debemos esperar
grandes firmas o sobresalientes nombres de la historia del arte, una de las
aportaciones más destacadas sin embargo de la actual muestra para quien esto
escribe, es precisamente la posibilidad de difundir un patrimonio que en sí
mismo, más allá de una firma o una escuela determinada es fiel testimonio de
nuestro pasado histórico y estético, amén, claro está, de la evidente calidad
de las piezas.
No
obstante, a pesar de lo referido, podremos hallar algunas creaciones de autores
tan señeros como Juan de Arfe, de quien podemos ver una pequeña custodia de
asiento, o Juan Pascual de Mena, representado aquí por un Ecce Homo y una
Dolorosa. Cómo no citar en este capítulo la impresionante colección de tapices
de talleres bruselenses y antuerpienses, cuyos temas sacros –vida de San Pablo
o Abraham-, pero también mitológicos y alegóricos –Triunfo de la Caridad- dan buena
muestra de unos maestros duchos en el arte de la narración a través de la seda,
del oro y la plata.
No
podemos concluir esta somera reseña sin aludir a la importante presencia que en
Santa Cruz tiene el ajuar litúrgico.
Refinados cálices, custodias o portaviáticos, se dan la mano con los opulentos
bordados de casullas y dalmáticas de los siglos XVI y XVII, destacando el terno
del Cardenal Siliceo, figura por otra parte tan relevante en la historia de Toledo;
ciudad que por enésima vez vuelve a reclamar nuestra atención para fascinarnos y
sorprendernos.
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